Es preciso decirlo todo. Mi soledad, mi tedio mi anhelo de saborear la vida de los afectos, hacíanme buscar ese arrimo que al alma humana es tan necesario como el equilibrio al cuerpo. Yo sentía en mí afanes imperiosos de deleitarme en cosas pueriles, de poner mi corazón, vacío ya de grandes afecciones, bajo los piececillos de un chicuelo para que lo pateara. Me parece que hace tiempo estamos representando una comedia Oye lo que ha pasado en mí. Una fatalidad Ambos éramos casados. La situación es casi la misma.
Mi situación es desahogada; poseo una capital casi suficiente para mis gastos porque sabido es que nadie considera la renta propia como del todo aprobado ; gozo de una posición social envidiable: hermano de lord Burlesdón y cuñado de la encantadora Condesa, su esposa. Es verdad. Pero en mi familia no necesitamos hacer otra cosa. Esta salida mía no dejó de producir en Rosa cierto disgustillo, porque todo el mundo sabe y de aquí que no haya inconveniente en repetirlo que por muy bonita y distinguida que ella sea, su comunidad no es con mucho de tan alta alcurnia como la de Raséndil. Amén de sus atractivos personales, poseía Rosa una gran fortuna, y mi hermano Roberto tuvo la discreción de no fijarse mucho en sus pergaminos. A éstos se refirió la subsiguiente observación de Rosa, que dijo: —Las familias de alto linaje son, por regla general, peores que las otras.
Como el de la cenicienta… La bella durmiente… La Bella y la Acémila. Y tantos otros cuentos lindos. Empero mi cuento favorito es el de la Cenicienta. Había una vez, en un reino muy lejano… un gran rey. Y ese rey tenía un hijo, el príncipe del reino.